Hay una amenaza cierta sobre Venezuela. Contra el orden constitucional imperante y, lo más grave: de acuerdo al formato que emplea el Gobierno de EEUU en sus nuevas aventuras imperiales -tipo Libia y otras-; no solo busca apoderarse del petróleo y otros recursos naturales, sino destruir el Estado y acabar con el “mal ejemplo” de los procesos liberadores. EEUU carece de escrúpulos. En nombre de la libertad -y ahora de los derechos humanos que siempre pateó- planifica brutales agresiones. El proyecto se apoya en la subversión interna de la que participa la ultraderecha, partidos anacrónicos, grupos económicos refractarios al cambio y una excrescencia neofascista. Esta heterogénea y sórdida combinación de intereses asume las tareas sucias. Es responsable de la cruenta actividad desestabilizadora que comenzó el 12-F de este año que, a su vez, alimenta la conjura mediática en el exterior.
Venezuela enfrenta una conspiración atípica. El país nunca estuvo sometido a una amenaza como la que ahora encara. Desde que Nixon planeó la conjura contra el proceso político y social que encabezó Allende, no se veía en la región algo parecido. Ahora el contubernio EEUU-burguesía local-fascismo criollo, agrega a lo que ocurre un descaro sin precedentes. Estas consideraciones tienen que ver con lo que puede pasar próximamente. No soy profeta, pero intuyo que el plazo se achica. El fascismo, que montó la guarimba, se inserta en el formato del “golpe continuado”. Ahora se dispone a iniciar, con más violencia y recursos -cuenta con 15 millones adicionales acordados por el Congreso a Obama-, la segunda etapa del plan. En tanto, la actitud de la llamada “oposición democrática” no puede ser más cínica. Confirma la estrecha relación entre lo que se planifica en Washington y lo que se ejecuta en Caracas. Su carácter cipayo hace que este sector se desentienda de la escalada intervencionista de EEUU. Que ignore mensajes ominosos como la iniciativa del Congreso de legislar sobre Venezuela y las constantes agresiones verbales de voceros de la Casa Blanca. La pregunta es si estamos preparados o no para hacerle frente a lo que se nos viene encima. Porque no cabe duda de que los integrantes de la conspiración antinacional se dispongan a todo. Ya no hay espacio para la conjetura sobre sus intenciones. Lucubrar si se decidirán a actuar es insensato porque la decisión está tomada. No entenderlo así es vivir en una galaxia.
La lectura de un singular testimonio político apuntala mi tratamiento del tema. Se trata de la versión del periodista chileno, director de la revista Punto Final, Manuel Cabieses, sobre su experiencia cuando el golpe de Pinochet. El texto figura en el libro La Conspiración contra Allende, del escritor Juan Jorge Faundes. Cabieses refiere su vivencia personal días antes del 11 de septiembre de 1973. Confiesa: “Hablábamos del golpe, pero jamás pensamos que estábamos a horas del mismo”, y agrega: “Te cuento esta anécdota -Cabieses al entrevistador- porque refleja el estado de empelotamiento (modismo chileno) generalizado que había respecto a la conspiración”. Y explica: “Tenía una vaga idea de que se iba a resistir, pero sin saber cómo ni con qué. Como se pudo comprobar, no estábamos preparados para el golpe”. Luego agrega: “Los exiliados brasileños y argentinos nos habían advertido de esta debilidad de la izquierda. No teníamos idea de lo que era un golpe, no lo habíamos vivido. Teníamos una visión, digamos, romántica, y una sobreestimación de nuestras capacidades para resistir un golpe. Pero no teníamos la más remota idea de lo brutal que podía ser”. El resto del reportaje es la narración de la experiencia vivida por el periodista durante el golpe y posteriormente. Cuenta cómo éste lo sorprendió en su trabajo, en el diario Última Hora, y la indefensión en que vivió a partir de los acontecimientos. Por lo cual afirma: “de tal manera que estaba solo y pensando qué podía hacer, para dónde ir”. Observó a distancia la euforia desbordada de la derecha por el derrocamiento del presidente constitucional y el júbilo del sector por la feroz represión que se desató. Lo demás es la odisea del periodista y militante, la prisión, los campos de concentración: Chacabuco, Puchuncaví y Cuatro Álamos; el exilio, el retorno al país para participar en la resistencia, y la vuelta a la democracia -18 años después- para asumir la reaparición de Punto Final.
Los venezolanos sí hemos vivido golpes, exitosos y fracasados. Unos lo olvidan o se resisten a reconocer sus efectos; otros, no. Así como los procesos de gestación. Pero hay que tratar de que la memoria no flaquee y mantener incólume el recuerdo. Que ahora se necesita más que nunca debido a la amenaza de la siniestra confabulación de intereses contra la democracia y la soberanía nacional. No soy pesimista ante lo que sucede. Considero que el gobierno bolivariano cuenta con importantes recursos, entre otros, la mayoría del pueblo, la Fuerza Armada, partidos, trabajadores, poder popular. Comparada esta situación con la del 11-A, la ventaja es abrumadora. Pero ahí, justamente, está el peligro. Consistente en sobreestimar el poder de la revolución y subestimar el poder de la contrarrevolución. Hace doce años pasó eso. Lo admito con sentido autocrítico. Ni los servicios de inteligencia del Estado funcionaron. A la revolución la salvó el pueblo con su prodigiosa intuición, y el carisma, coraje, astucia de Hugo Chávez. Estuve en ese entonces en el centro de los acontecimientos y puedo dar fe de debilidades y fortalezas, de lealtades y traiciones y, sobre todo, del excepcional sentido de la conducción del comandante de la revolución y su mágica conexión con el pueblo.
Ahora la revolución bolivariana cuenta con más recursos, pero no está Chávez. Por tanto, el compromiso de quienes dirigen es mayor. Las exigencias se multiplican. Veo con horror el enfrentamiento cruento entre venezolanos. Soy fanático de la paz. Pero he arribado a la conclusión de que el enemigo quiere la guerra. Por tanto, se precisa conocer lo que hay que hacer en el momento en que las circunstancias lo exijan. Ojalá no lleguemos a esa encrucijada fatal, pero no hay que subestimar la intención de la contrarrevolución de acabar con todo. De ahí su persistencia en la violencia. A la hora de la verdad -en las chiquiticas- tenemos que saber lo que hay que hacer cuando el lobo feroz ataque. Muchos saben cómo actuar, pero hay que estar conscientes y organizarse. Por último una clara advertencia: ir contra la Constitución tendrá un costo elevadísimo.
Por: José Vicente Rangel / jvrangelv@yahoo.es